Técnicos en Educación

Llevo dándole vueltas un par de días a dos conceptos, debido a los habituales y amenos coloquios que se suscitan en las clases del Máster de Profesorado de la UMA. Uno de ellos es el de técnico en educación y el otro es sobre la importancia del silencio. Como el segundo es algo más abstracto, lo dejo para otra ocasión.

Sobre el primer concepto que quiero reflexionar fue el surgido en clase de Sociedad, familia y educación, que imparte el profesor Juan Antonio Gómez Naranjo. Analizando y explicando el papel del docente tras la democratización de la escuela y su puesta en valor como un bien accesible y obligatorio en determinadas edades. Hasta mediados del siglo XX (como mínimo, es algo que depende bastante del contexto geográficoy social) el nivel de acceso a la enseñanza era exclusivo, basado en aquellas familias que podían costear los estudios o en aquellos alumnos que por brillantez académica sobresaliente pudieran llegar a ser becados, pues de otra forma sería imposible realizar dichos aprendizajes.

Dicho esto,  este sistema donde el docente sabía a qué atenerse, centrado en unas materias concretas y específicas, ya no existe. Al menos en un contexto de educación primaria y secundaria obligatoria donde están todos los alumnos de una edad, quieran o no quieran estar ahí, tengan el nivel académico o el desarrollo emocional que sea. Esta diversidad supone un reto para el profesor, considerando además que el docente no sólo domina las áreas de conocimiento específicas a las que está orientado. También se le añaden los roles de educadores en el sentido formativo, en cuestiones tan variadas como pueden ser lo que antes se llamaba urbanidad, la educación vial, la interculturalidad, la salud, etc. Cuestiones que quizá antes quedaba más claro que se traían «aprendidas» del ámbito familiar. Ahora esto no parece que sea de esta forma. Da la sensación de que la escuela sea una especie de lugar donde el niño o la niña pasa la mayor parte de su tiempo (aulas matinales, horario lectivo normal, comedor, actividades extraescolares, clases de apoyo…) formándose en lo académico y mucho más facetas de su vida. De ahí sale lo que nuestro compañero comentó  como el técnico en eduación, igual que llevamos al niño al dentista cuando tiene un problema bucal, lo dejamos en la escuela esperando que nos lo eduquen y sea formado como persona. Por supuesto, generalizar conlleva errores, pero me pareció una apreciación interesante y me apetecía compartirla.

Desde este perspectiva, ¿cuál es el límite que separa la docencia académica de la formación de personas con unas determinadas competencias básicas? Estas competencias están determinadas en la Ley, pero hay que hilar fino cuando tratamos de aspectos educativos íntimos o que tengan que ver con la colectividad, porque pinchar en hueso puede resultar más fácil de lo que se preveía amén de resultar bastante doloroso.

No quisiera dar con esto aportar una visión pesimista del asunto, pero es indudable que los roles educativos (tanto de los alumnos, profesores y las familias) están en un proceso de cambio que puede considerar vertiginoso (a semejanza de la sociedad) y hay que saber adaptarse porque como dice el refrán: renovarse o morir.

Os dejo con un monólogo de El club de la Comedia con Dani Rovira (a partir del minuto 2:34) en el que habla sobre esas personas a las que algún día daremos clase y que a veces, consciente o inconscientemente, no sabemos muy bien cómo tratar: los niños.

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